jueves, 8 de septiembre de 2011

Miribilla

No puedo con Miribilla. ¿Cómo vive allí la gente sin volverse loca? Ni siquiera llega al morbo desalmado que tienen los no-lugares, la extrañeza de los sitios sin identidad. Es decir, no creo que se trate de una cuestión de tiempo y reposo ante el hecho de ser un barrio residencial que se han sacado de la manga de repente. Bloques de edificios que quedan muy bonitos en la pantalla cuando son infografía, pero que en la realidad son mamotretos puestos ahí, plof, sin la mínima sensibilidad, entre espacios agobiantemente abiertos y desestructurados. La pesadilla de alguien que tenga agorafobia. En cada tocho, una pequeña puertita que es un bar en el que se respira un pelín de vida concentrada. Trocitos de naturaleza a medio camino entre el jardín infantil y el descampado con jeringas y condones. Y, de repente, una chimenea convertida en monumento kitsch. Es que ni siquiera hay fealdad.





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